Nada era bello en el reino. Nada era bondadoso, puro o inocente. Nada en aquel lugar tenía luz. No se trataba de las eternas tinieblas que ahogaban a sus habitantes, tanto a los animales como a los humanos, si es que se los podía llamar así. Tampoco era culpa de las negras noches sin luna ni de los cortos días nublados. No se podía pedir explicaciones a la lluvia ni a las tormentas que asolaban el reino de forma constante, ni al viento que sacudía sin piedad los árboles casi sin hojas.
Si la belleza, la bondad y la pureza habían abandonado aquel lugar era a causa del espeso y pestilente humo verdoso que de vez en cuando salía de las oxidadas rejas que, a ras de suelo, marcaban el sitio en el que se encontraba el sótano de alquimia que la Reina Negra tenía en su castillo. Ese humo verdoso salía arrastrándose, como si quisiera huir de las enloquecidas carcajadas de la monarca, y arrasaba con todo lo que encontraba a su camino. Si un tierno brote verde se había atrevido a asomarse entre la tierra seca, se pudría sin remedio y si un pajarillo osaba cantar sobre una rama, perdía la voz y su trino se convertía en un gorjeo rasposo.
Por eso, no era de extrañar que los habitantes del reino odiasen a la Reina Negra. Por ella se alimentaban de raíces secas, del agua sucia de los pozos, de los extraños animales resecos que podían cazar en el siniestro bosque. Por ella tosían sangre negra, sufrían pesadillas por las noches y caminaban arrastrando los pies. Por ella sus hijos nacían enfermos o deformes, sus animales se llenaban de tumores y sus huertos se inundaban de agua tóxica. No tenían fuerzas para rebelarse y enfrentarse a la Reina Negra. Tampoco tenían fuerzas para huir a otro reino más próspero. Casi no tenían fuerzas ni para vivir.
La Reina Negra solo vivía por su belleza. La obsesión por ser la más hermosa guiaba todas sus decisiones y había sido la causa de la creación del laboratorio de alquimia. Allí, se dedicaba a robar la belleza, la pureza y la bondad de cualquier ser que encontrara en su reino. Contaba con un escuadrón de cazadores que esquilmaba sin piedad el territorio, llevándose consigo todo lo que no fuera gris y seco para entregárselo a su monarca. Después, la Reina Negra usaba sus filtros, sus prensas y sus pócimas para extraer la esencia que necesitaba y se la inyectaba en el momento, aumentando así su juventud, belleza y gracia.
De hecho, la Reina Negra era tan hermosa que algunos de sus sirvientes no podían contemplarla demasiado tiempo sin perder el sentido. No era solo la suavidad y blancura de su piel, el brillo de sus ojos almendrados o el dulce rosado de sus labios. Era la gracia de sus gestos, el tono de su voz, el movimiento de su espesa melena negra lo que subyugaba a cualquiera que la veía. Así había sido siempre hasta que llegó… ella.
Y todo cambió para la Reina Negra.
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¡Uf, me gustó mucho la situación del reino! Es decir, la situación no, pobre gente, me refiero al ambiente y su causa. El detalle de que la belleza de la reina ha llegado a un punto "sobrenatural" también me parece super interesante.
Veremos qué encuentro en los próximos capítulos. 😁